sábado, 4 de julio de 2009

Curiosidad malsana


Dicen que a partir de cierta edad lo que nos mantiene vivos es la curiosidad. No estoy de acuerdo del todo pero sí en gran parte.
Quiero relatar aquí un caso “curioso” en un doble sentido. Se trata de una persona para la cual la curiosidad es tanto fuente de vida como de muerte.
La sociedad está evolucionando de tal forma que anticipo (no adivino) que casos similares abundarán cada vez más si no logramos acertar con una terapia colectiva eficaz.
Se trata de una persona que quiere estar al tanto de todo cuanto le rodea. Necesita estar a la última. No soporta perderse las noticias de su edificio, de su barrio, de su ciudad, de su país y del mundo entero. Afortunadamente (para él) todavía el hombre no ha colonizado Marte ya que también querría saber lo que sucede allí.
Lo malo es que no vive en un pueblo pequeño sino en una ciudad grande y, además, tiene tarifa plana de Internet.
Se despierta por las mañanas escuchando las noticias de la radio. Luego su jornada consiste en leer documentos de su trabajo, ver múltiples telediarios, escuchar en las tertulias de su oficina los últimos cotilleos, consultar los ediciones digitales de varios periódicos nacionales e internacionales, charlar con el portero, hablar en el portal de su casa con algunos vecinos seleccionados para conocer los nuevos ligues de la vecina del cuarto, leerse las novedades de unos cuarenta blogs que le interesan, volver a ver telediarios de la noche, luego algunas tertulias televisivas y, finalmente, dormirse agotado con otra tertulia de la radio.
Todo el día tiene la sensación de que está pasando algo de lo que no se entera.
Pregunta a sus compañeros de trabajo por alguna novedad, algún pronostico, algún bulo, un rumor, una nueva relación afectiva entre empleados o algún ascenso reciente.
Es propiamente lo que podría definirse como un “cotilla supino” o “portera digital”.
Este nuevo síndrome, que todavía no tiene nombre aunque voy a proponer la denominación oficial de “cotilla analógico-digital”, se caracteriza por insomnio, ansiedad, crecimiento desmesurado de las orejas, crecimiento también desmesurado del dedo medio de la mano derecha de tanto darle al “intro”, ojos salidos y muy móviles de tanto escudriñar el entorno, sensación de no estar informado y dolores en el pulgar derecho de tanto hacer zapping en la tele.
Según una estimación mía (es decir, objetiva y científica), en los próximos años asistiremos a un crecimiento exponencial de esta patología neurótica ya que cada vez existirán más canales de televisión, más blogs interesantes, más comunicación entre personas y mayor interconectividad por el Facebook, Myspace, etc...
De forma provisional y, para los casos más graves, propongo un tratamiento ambulatorio de choque a base de tortilla de orfidales y tranquimacines, sopa de ansiolíticos, infusiones de tila y vendarle las manos para que no pueda manejar ni telemandos, ni ratones ni teclados. Tampoco podrá encender la radio ni escuchar a los vecinos.
Desaconsejo cortarle la luz de su domicilio porque la nevera se descongela y podría morir al ingerir alimentos en mal estado.
El tratamiento deberá hacerse de forma progresiva ya que “le puede dar algo” si de pronto se encuentra aislado de su entorno escuchando música clásica y paseando tranquilamente por el campo o la playa.
Este nuevo método terapéutico, de eficacia probada por el autor de estas líneas en su misma persona, deberá llamarse método “me la refanfinfla” o “paso de todo, tronco” ya que, al haberlo inventado él (que soy yo), le pone el nombre que le da la gana. Faltaría más.

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