sábado, 4 de julio de 2009

Los infinitos















Desde siempre había tenido problemás con el infinito. Era una palabra que le atraía pero que le resultaba incómoda. Aparecía en los lugares más insospechados y no siempre de la misma forma.
La primer vez que recordaba haberse encontrado con ella fue en verano. Había aparecido un cometa en el cielo cuyo nombre no recordaba y, con unos prismáticos, se turnaba toda la familia para verlo desde el jardín. Apenas era un punto brillante parecido a una estrella que se movía constantemente pero fue su primer contacto serio con la oscuridad del cielo.

Se le ocurrió una pregunta: Si te vas a la última estrella, pero a la última última última de todas, y miras hacia el otro lado, ¿qué ves?. Le contestaron que se verían más estrellas. El insistió: no, yo digo a la última última de verdad. En ese momento apareció la palabra: “pues más estrellas, hasta el infinito”. Se quedó pensando incómodo. No lo entendía. Intentaba imaginárselo pero le resultaba imposible. Era casi peor que la palabra “eterno” con la que le amenazaban muchas veces. El infierno para toda le eternidad.

El siguiente encuentro se produjo en clase de matemáticas. La profesora había dicho: “dos rectas paralelas se juntan en el infinito”. Los demás se callaron, pero él pregunto:¿Pero como se van a encontrar en el infinito?. Si son paralelas serán paralelas siempre. Si un tren va por una vía muy larga, siempre seguirá siendo un tren por una vía. ¿En el infinito ya no será un tren?. No lo entiendo.

La profesora dijo claramente mirándole a la cara: “Dos rectas paralelas se cortan en el infinito y se acabó. Lo dicen los libros y no vas tu a ser más listo que los que escriben libros”.

Se calló porque esa profesora era de las que pegaban. En esa época todo el mundo pegaba: padres, profesores, hermanos mayores, sacerdotes, compañeros de otros cursos superiores.... todos. Para ello usaban cualquier instrumento aunque cada uno tenía sus preferencias. Su padre usaba la zapatilla, muchos profesores la regla, los misioneros claretianos del internado estaban especializados en juntar un manojo de llaves y dar golpes en la cabeza, los maristas daban tortazos y los salesianos pellizcos. Contaban que los agustinos daban capones.

Asoció el infinito con la oscuridad del cielo de verano. Luego se dio cuenta de que no todos los infinitos eran iguales. Estaban los infinitos de mentira, como el amor infinito.

Otro tipo eran los que más bien eran incontables, como los granos de arena de las playas, las gotas de lluvia o las estrellas del cielo. Eran infinitos pero menos.

También estaban los infinitos “difíciles” como la eternidad, o el espacio, el pasado y otros parecidos.

Otro grupo eran los de las fórmulas matemáticas, que eran “infinitos obligatorios” y cuya alternativa era un tortazo o la expulsión de la clase. Entre ellos estaban el de “un número dividido por cero da infinito”, o el de “si se divide una recta por la mitad y luego otra vez por la mitad y así sucesivamente, el final queda un punto que es infinitesimal”. Estos no le preocupaban mucho porque se terminaban al salir de clase.

Todos excepto uno: el de los números. ¿Qué había más; números o números impares?. Por lógica debería haber menos números impares pero resultaba que no, que los dos eran infinitos. Allí tan lejos no había distinciones de clases.

Los malos eran los otros, los que intentaba imaginar cuando se tumbaba en el campo y miraba el cielo, o cuando preguntaba por quienes habían sido los padres de los padres de los padres de los padres....y así hasta el infinito. No se creía lo de Adán y Eva y todavía nadie le había hablado de la teoría de la evolución.

Volvió a encontrarse con el infinito en geometría y en clase de dibujo, con lo de los puntos de fuga, pero estos eran manejables y no le fastidiaban tanto. Eran infinitos de papel.

Todavía sigue intentando imaginar los distintos tipos de infinito aunque se ha desanimado algo cuando ha leído que la idea de infinito es contraria a la intuición y que nadie, ni siquiera Einsteín, pudo nunca imaginarlo, como él mismo confesó.


Hace años se le ocurrió clasificarlos porque le parecía que estaban muy desordenados.

Al principio hizo varios grupos, a los que llamó:

  • “infinitos de mentira”, donde estaban los que se podían sustituir por “incontables”.

  • “Infinitos matemáticos”, a los que llamó también: “o te los crees o te llevas dos hostias”

  • “Infinitos con truco”. Aquí metió los que eran sólo paradojas del lenguaje, como la de Aquiles y la tortuga. (Aquiles nunca podrá alcanzar a la tortuga porque cuando llega al lugar donde esta se encuentra, la tortuga habrá avanzado un poco, y así sucesivamente).

  • “Infinitos duros, o infinitos serios”, donde metió todos los demás. Los del espacio y el tiempo y algunos otros. Estos eran los que más le preocupaban y los que le hicieron leerse varios libros sobre filosofía de la naturaleza.

Ha tenido que quitar uno porque ya no se habla de él: el infinito en pasado ha sido sustituido por un universo que explotó hace unos dieciochomil millones de años. Ya no hay infinito hacia atrás. Puede que el futuro también tenga un final pero no está claro todavía.

La lista va aumentando poco a poco y se propone escribir un libro titulado “zoología de infinitos” porque piensa que esta será la solución a su malestar. Su psiquiatra le ha insistido en que no deje de tomarse las pastillas.

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